Queda bien decir que la ciencia es muy interesante, nadie lo va a negar, pero llegado el momento de un compromiso tangible el apoyo no pasa de ser flojito.
Manuel Vicente
La ciencia me entusiasma. Obtener con experimentos respuestas a lo
que nos preguntamos produce gran satisfacción. Además de conocimiento
generamos valor. En España investigar es además excitante. Cada día,
cuando el investigador español se despierta nunca sabe con qué reforma
se va a encontrar, o con qué regla burocrática le van a sorprender, al
menos a mí me pasa. Puede ser que reduzcan el presupuesto, o el sueldo,
que vaya a desaparecer el laboratorio o el puesto de trabajo, todo más
excitante que un reality.Además, a diario nos desafían para que
siendo pobres seamos “excelentes”, para competir en programas
internacionales, y nos piden cada año identificar los grandes hitos
logrados, esos que la ciencia bien financiada suministra cada medio
siglo.
Uno esperaría que si el ministro del ramo dice que hay que buscar nuevos recursos económicos, los expertos como él o su ministerio estarán desviviéndose para financiar más proyectos, más contratos para doctorandos, mejor funcionamiento de los centros de investigación. Pero si lo hiciesen nos dejarían muy poca emoción a los investigadores. Y si los fondos asignados no bastan, el investigador vería bien que los gestores de la investigación hicieran notar que no se puede seguir, que dimitiesen en su conjunto. Algo que en Francia ocurrió hace una década. El público opina que la investigación es buena y provechosa, e incluso confía en los científicos. Queda bien decir que la ciencia es muy interesante, nadie lo va a negar, pero llegado el momento de un compromiso tangible el apoyo no pasa de ser flojito. Pasándose de ingenuo, el científico pensaría que llegado un punto y, al menos de manera testimonial, los investigadores nos sublevaríamos. Pero no lo hacemos.
La investigación en España ya digo que es excitante, y me produce frecuentes subidas de adrenalina. Empezó tras incorporarme al CSIC cuando estuve cuatro años sin poder pedir un proyecto, y continúa hasta leer las noticias de estos mismos días en las que el ministro nos dice que nos busquemos la vida, y el presidente de mi institución aconseja a los doctorandos que vayan preparando las maletas. Ha sido muy excitante vivir cómo la Comunidad de Madrid dejó de patrocinar la feria Madrid es Ciencia, en teoría para mejorar su impacto convirtiéndola en una feria virtual, tan virtual que ha desaparecido. Y notar que varios Gobiernos han reducido los fondos de investigación, tanto que el CSIC, según su presidente, puede dudar entre pagar las nóminas o los recibos de la luz.
¿Y los fondos privados? Alguna que otra emoción me proporcionó la Fundación March cuando hace una década suspendió su excelente programa de simposios internacionales, y también La Caixa cuando hace un mes anunció el cierre del Museo de la Ciencia de Alcobendas; es un buen sitio para motivar a los jóvenes. Es todo como volver, tras 40 años, a mis tiempos de becario, avanzando hacia el siglo XX para acercarse al XIX. ¡Ahora no me digan que la ciencia en España no es excitante!
Uno esperaría que si el ministro del ramo dice que hay que buscar nuevos recursos económicos, los expertos como él o su ministerio estarán desviviéndose para financiar más proyectos, más contratos para doctorandos, mejor funcionamiento de los centros de investigación. Pero si lo hiciesen nos dejarían muy poca emoción a los investigadores. Y si los fondos asignados no bastan, el investigador vería bien que los gestores de la investigación hicieran notar que no se puede seguir, que dimitiesen en su conjunto. Algo que en Francia ocurrió hace una década. El público opina que la investigación es buena y provechosa, e incluso confía en los científicos. Queda bien decir que la ciencia es muy interesante, nadie lo va a negar, pero llegado el momento de un compromiso tangible el apoyo no pasa de ser flojito. Pasándose de ingenuo, el científico pensaría que llegado un punto y, al menos de manera testimonial, los investigadores nos sublevaríamos. Pero no lo hacemos.
La investigación en España ya digo que es excitante, y me produce frecuentes subidas de adrenalina. Empezó tras incorporarme al CSIC cuando estuve cuatro años sin poder pedir un proyecto, y continúa hasta leer las noticias de estos mismos días en las que el ministro nos dice que nos busquemos la vida, y el presidente de mi institución aconseja a los doctorandos que vayan preparando las maletas. Ha sido muy excitante vivir cómo la Comunidad de Madrid dejó de patrocinar la feria Madrid es Ciencia, en teoría para mejorar su impacto convirtiéndola en una feria virtual, tan virtual que ha desaparecido. Y notar que varios Gobiernos han reducido los fondos de investigación, tanto que el CSIC, según su presidente, puede dudar entre pagar las nóminas o los recibos de la luz.
¿Y los fondos privados? Alguna que otra emoción me proporcionó la Fundación March cuando hace una década suspendió su excelente programa de simposios internacionales, y también La Caixa cuando hace un mes anunció el cierre del Museo de la Ciencia de Alcobendas; es un buen sitio para motivar a los jóvenes. Es todo como volver, tras 40 años, a mis tiempos de becario, avanzando hacia el siglo XX para acercarse al XIX. ¡Ahora no me digan que la ciencia en España no es excitante!
Miguel Vicente es profesor de
investigación del CSIC en el Centro Nacional de Biotecnología. Ha
coordinado cuatro proyectos científicos de la Comisión Europea.